Los lunares son puntos que no terminan nunca. No marcan un final, sino un ritmo. Los llevaron Marilyn y Audrey, los cantó el flamenco, los soñó Kusama, y este año vuelven a llenar pasarelas y calles. Quizá porque en el fondo nunca se fueron: lo suyo no es regreso, es resistencia.
Un print con memoria
La historia de los lunares en la moda no empieza en Instagram ni en las pasarelas de 2025. Se remonta mucho antes, a los primeros tejidos europeos del siglo XIX, cuando los pequeños puntos decoraban muselinas y pañuelos como si fueran un gesto de ligereza en medio de tanta rigidez victoriana. Eran vistos como un estampado juguetón, casi travieso, en contraste con la severidad de la época.
Pero fue Christian Dior, en 1947, quien los elevó al pódium del mito. Su famoso “New Look” convirtió a los lunares en sinónimo de feminidad elegante: faldas amplias, cinturas ceñidas, estampados de puntos que parecían suspender el tiempo. Era optimismo en tela, la promesa de una nueva era tras la guerra.
Después llegó Hollywood, que hizo de los lunares un icono global. Marilyn Monroe, sensual e irresistible, los convirtió en fantasía. Audrey Hepburn, en Sabrina, los llevó con sobriedad, como si los puntos fueran también una manera de decir “menos es más”. Y en España, los lunares se transformaron en identidad cultural: vestidos de flamenco, mantones, fiestas populares. Un estampado que, aquí, no era moda pasajera, sino tradición con garra.
El arte también los reclamó. Yayoi Kusama transformó el círculo en obsesión, en infinito, en universo visual. Sus salas de lunares inacabables siguen siendo hoy una referencia cada vez que la moda recupera el print.
Y entre tanto, los lunares se iban reinventando. En los años 70 aparecieron en blusas fluidas, con aires bohemios. En los 90, Kate Moss los llevó en slip dresses transparentes: la versión minimal e irreverente al mismo tiempo. Y en los 2000, Julia Roberts en "Pretty Woman" (sí, aunque fuera en 1990) dejó una de las escenas más reproducidas en Pinterest: el vestido marrón de lunares en las carreras de caballos, convertido en uniforme aspiracional de toda una generación.
Cada década los vuelve a usar a su manera. Un mismo círculo, mil lecturas.
El regreso que no es regreso
Cada década los lunares (o polka dots, como se llaman ahora entre la Gen Z…) encontraron una voz distinta.
Y sin embargo, 2025 los recibe como si fuera la primera vez.
Las colecciones de esta temporada han hecho de estos círculos un manifiesto.
Dior, que hizo de ellos un mito, los coloca ahora en vestidos que parecen escritos en clave de novela romántica: faldas con vuelo, transparencias sutiles y lunares como signos de puntuación de una feminidad revisitada.
En Loewe, Jonathan Anderson los lleva a su terreno: no son lunares, son geometría pura, puntos que se convierten en volúmenes arquitectónicos, casi esculturas.
Jacquemus los lanza al Mediterráneo: vestidos fluidos, lunares XXL que parecen olas y que se mueven con el viento de la Provenza, como si el print fuera paisaje.
Miu Miu los reinterpreta en micro-formatos, con un aire lúdico pero cerebral: minifaldas, medias transparentes con microdots, ecos directos al revival Y2K que la casa ha convertido en su lenguaje propio.
Y no se quedan atrás Altuzarra, Fendi, incluso Dries Van Noten, que se apropia de ellos en clave experimental, combinando dots con animal print o con flores. El resultado no es retro, es contemporáneo: el lunar como estructura, como statement, como grito gráfico.
El street style de Copenhague confirmó la tendencia antes de que las pasarelas terminaran de consolidarla. Allí, los lunares no se llevan discretos, se llevan como uniforme de temporada: sobre vestidos vaporosos combinados con botas de motorista, en blusas semitransparentes con denim oversized, en mezclas de dots XXL con rayas marineras. El maximalismo nórdico hizo de ellos algo cool, inesperado y casi desafiante.
Y claro, las redes sociales hicieron su parte: Pinterest registra un crecimiento de +699 % en el hashtag #PolkaDotAesthetic, mientras en TikTok los micro-vídeos muestran desde trucos para llevar un vestido de lunares vintage hasta combinaciones virales con dots y leopardo. En Instagram, las insiders de moda los mezclan con accesorios rojos (un guiño a la estética flamenca) o con sneakers minimalistas para restar formalidad.
En tiempos de exceso de imágenes, los lunares ofrecen algo casi hipnótico: orden dentro del caos.
Cómo llevarlos en 2025: del susurro al manifiesto
La magia de los lunares este año es que no hay una sola forma de llevarlos. Lo que antes era un estampado con aura retro ahora se mueve en los dos extremos: del minimalismo más radical al maximalismo sin complejos.
Minimalismo consciente
En su versión más contenida, los lunares reaparecen como huella sutil: un vestido lencero de satén con microdots apenas perceptibles, una camisa blanca con lunares negros que parecen bordados en el aire, un pantalón de sastre donde los puntos se confunden con la trama de la tela. La clave aquí es la discreción elegante, es aquí donde los lunares no roban protagonismo sino que marcan un tempo visual.
Perfecto para quienes buscan un toque sin necesidad de gritar tendencia.
Maximalismo gráfico
En el otro extremo, los dots se convierten en grito. Pasan del detalle que nos coquetea a ocupar toda la prenda en formatos XXL, casi retándonos a querer más. Aquí no buscan armonía, buscan imponerse: círculos que marcan presencia en vestidos completos, abrigos o trajes de dos piezas. El maximalismo convierte a los polka dots en un statement personal, un “mírame” sin matices, la traducción visual de una época donde lo llamativo no es exceso sino poder.
Aquí los lunares no acompañan: dominan.
Total look reeditado
El vestido de lunares ya no es cliché ni pide permiso: invade la prenda de arriba abajo, se infla en volúmenes imposibles o se reduce a un enjambre de puntos que vibran como píxeles. Es exceso, es piel, es movimiento. El total look no quiere ser elegante ni discreto: quiere ser visto. Los lunares dejan de ser estampado para convertirse en totalidad.
El poder del detalle
El comeback de los lunares encuentra en los accesorios su mejor terreno de juego. Medias punteadas que actualizan la sensualidad clásica, bolsos rígidos donde el print se traduce en relieve metálico, zapatos que salpican el paso con microdots brillantes. Incluso pañuelos y guantes, lejos del cliché retro, aparecen reinterpretados con un giro fresco y contemporáneo.
En definitiva, 2025 no trae de vuelta los lunares: los recontextualiza.
Son un print con memoria cultural —del flamenco a Kusama, de Marilyn a Copenhague—, pero también una herramienta para hablar del presente. Un estampado que se mueve entre la nostalgia y la vanguardia, que sabe ser susurro minimal y manifiesto maximalista.
Quizá por eso nunca mueren. Porque cada punto no es un final: es un comienzo que insiste.
- Un artículo de Andrea Hernández -