Ese latir calmado que nos mueve en Purcuapà Magazine atraviesa cada rincón de Lanzarote, una isla hipnótica hecha de viento y lava que invita a los placeres lentos y conscientes.
Lanzarote tiene alma de planeta remoto, de mundo utópico. Sin embargo, una suerte de magnetismo salvaje atrae hacia sus raíces rojizas con una fuerza casi animal. César Manrique, el artista que esculpió y pintó sus mil latidos de fuego, la describió como una isla “absolutamente cósmica”.
Y es ese pulso primitivo el que prende su piel de roca y la hace danzar a otro ritmo.
Por eso, la más fascinante de las Islas Canarias se ha convertido en uno de los destinos favoritos de Purcuapà Magazine.
Placer nº 1: Dormir entre viñas improbables
Sólo los húmedos alisios, a veces huracanados, rompen la tranquilidad irreal de Lanzarote. Sus carreteras, salpicadas de enigmáticos hoyos lunares donde crecen las viñas, parecen conducir a otro universo. Y es inevitable volver a las bandas sonoras de The Martian e Interstellar, al eterno Bowie, y preguntarse una vez más si hay vida en Marte. O si la habrá. Los científicos expertos en modelos de simulación del Planeta Rojo han llegado a una asombrosa conclusión: si algún día se cultivasen viñas, el modelo de viticultura se inspiraría en La Geria, sólo que los hoyos se excavarían en suelos marcianos y no en el picón -ceniza volcánica-.
Tal es su singularidad que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha reconocido Lanzarote como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM), ejemplo de adaptación sostenible y resiliente a un medio extremo.
Porque la vida brota en esta tierra inhóspita en forma de fruto improbable.
Y nosotras buscamos refugio en el corazón de La Geria para vivir de cerca el milagro de la ceniza volcánica: un hotelito rural con mucho encanto que forma parte de la propuesta enoturística de El Grifo, la bodega más antigua de la isla (este año celebran su 250 aniversario y acaban de ser distinguidos con el Premio Turismo a la Excelencia Turística del Gobierno de Canarias).
“La mañana en el Hotel El Grifo invita a empezar sin prisas, con los primeros rayos de luz entrando por los grandes ventanales de nuestro salón”. Con esta carta de presentación, os podéis imaginar que el flechazo con el antiguo Caserío de Mozaga fue fulminante. Sobre todo con su zumo de naranja y su sándwich mixto. O con ese patio precioso donde la teoría de la relatividad de repente cobra sentido en la piel. O con una cena que en realidad fue un suculento homenaje -incluida una inesperada Galleta de leche de vaca Jersey, almogrote y tierra de morcilla dulce- a las raíces de Lanzarote y a quienes mantienen viva su memoria de lava y viento: pescadores, campesinos…
Placer nº 2: Escuchar a la tierra madre
Quizás, la mayor emoción del viaje fue precisamente conocer las historias de algunos de los viticultores y viticultoras de El Grifo, que luchan por salvaguardar esa memoria a través de sus indómitas viñas. Como Ginés, que dejó su trabajo como profesor de inglés en un instituto para cultivar la tierra y protegerla de la peor de sus amenazas, el abandono: “No hay gente para trabajar el campo, estamos perdiendo nuestro origen”, sentencia.
En Haría, al norte de la isla, las viñas de Ginés -principalmente de Diego, o Vijariego Blanco- miran hacia el Volcán de la Corona y se nutren del fuego dormido. Casi todas ellas están rodeadas por un escudo de piedra, el soco, que las protege del viento. Aunque los atlánticos alisios también son un aliado ancestral que aporta humedad, frescor y salinidad a las sedientas cepas.
Lourdes Viera, la primera viticultora en apuntarse al Banco de Tierras de Lanzarote, cuenta cómo sus viñas centenarias, justo al borde del fuego de Tinajo, le ayudaron a resurgir de sus propias cenizas tras la muerte de su madre. También buscó refugio en ellas después de destrozarse la mano derecha a causa de una negligencia en el colegio donde ejercía de mediadora intercultural.
Sus relatos son la voz de una tierra tan paradójica que se esculpió a sí misma con la misma ceniza que amenazaba con destruirla.
Por eso el patrimonio vitivinícola de la isla es tan extraordinario; y por eso la labor de bodegas como El Grifo, que recupera parcelas abandonadas y mejora la vida del suelo a través de la viticultura regenerativa, es tan valiosa.
Otra de sus iniciativas más emocionantes es la vendimia de invierno, un proyecto que hizo historia en la viticultura europea, cambiando el pulso de la vid para hacer frente al cambio climático. Los alisios otoñales e invernales impregnan de salinidad esas viñas cosechadas en marzo, que dejan su huella en El Grifo Vendimia de Invierno Malvasía Volcánica 2024, el más salino y sugerente de todos sus vinos.
Al suroeste de Lanzarote, junto a la zona más telúrica de la isla, Ramón Perera siempre reserva unos racimos sin recolectar para hacerlo junto a sus nietas, que visitan la isla cada verano. De sus viñas ecológicas nace el evocador e inesperado El Grifo Malvasía Volcánica Finca Ramón Tablero de Uga, una de las Experiencias de Vendimia que más ha apasionado a Elisa Ludeña, enóloga de El Grifo. Lo catamos junto a una selección de quesos artesanos de la Quesería Rubicón en una sabrosísima armonía que nos mostró la generosidad de esa tierra maldecida y bendecida por el fuego.
Placer º 3: Saborear un estrella Michelin “en Marte” y otras locuras gastronómicas
Todos los caminos de Lanzarote se asoman a la lava o al mar. O a ambos a la vez.
Como el que nos llevó al primer restaurante con estrella Michelin de la isla, Kamezí, escondido dentro del “microcosmos de calma” de Kamezí Boutique Villas, en Playa Blanca. En este bellísimo espacio frente al océano que cuenta con su propio mercado-despensa, el chef Rubén Cuesta Rodríguez articula una propuesta gastronómica “honesta y responsable con el paisaje, el artesano y el producto local que conecta el entorno marino y volcánico”.
Su talento salvaje se desborda en un menú degustación inspirado en el fascinante mapa de la isla, con ingredientes tan representativos como las papas de Los Valles o la gamba de La Santa. Una confesión: todavía fantaseamos con el Calamar con pilpil de limón y ají, coliflor y chocolate blanco, uno de los platos que más hemos gozado este 2025.
En ese pódium de los placeres lentos también incluimos el imbatible Cochinillo negro asado de Lilium. Este restaurante de Arrecife que hemos visitado por segunda vez -la primera fue en 2021- tiene como brújula el producto local de Lanzarote: “desde las verduras cultivadas en el singular suelo de Lanzarote de lava negra y jable, hasta las carnes, pescados y mariscos frescos del litoral y frutas autóctonas”.
Juegan con ellos en bocados tan curiosos como la Croqueta de plátano, el primer aperitivo del menú Laura y casualmente nuestro primer contacto con la rompedora cocina de kilómetro cero de Lilium hace cuatro años. Y os podemos asegurar que su magia permanece intacta.
Placer º 4: Adentrarse en paisajes hipnóticos
Tal vez porque Lanzarote entera es como un sortilegio en sí misma, una isla que conjura todo lo que puedas desear para hacerte volver a ella una y otra vez.
A esa Casa del Volcán de César Manrique que respira hedonismo, conciencia y genialidad a partes iguales.
A la que fuera refugio, aunque también tumba, de quien transformó la isla de todos los fuegos.
Porque César Manrique hizo que arte y naturaleza danzaran juntas hasta fundirse: empezando por su propia casa, edificada en medio de una colada de lava; hasta los míticos Jameos del Agua.
Desde el Mirador de Guinate, al norte de Lanzarote, la vista corta la respiración. Mires donde mires, no hay forma de salir ileso de la isla. Y menos mal.
Una vez escuché que habitar Lanzarote debe ser lo más parecido a habitar una estrella fugaz. Sólo que ella permanece.
En mi cabeza, sigue sonando la misma canción: “Vámonos a Marte, donde nadie vaya a buscarte. Ni a ti, ni a mí”.
- Un artículo de Laura López Altares -
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