Carta a mis amazonas, mis amigas, la red de apoyo más poderosa del mundo

Abrazar a quemarropa, coser heridas, reír a carcajada limpia y volar por los aires como las arañas que imaginaba Kerouac en sus cielos desordenados: esos son sólo algunos de sus talentos. Pero el más asombroso es sostener con todas sus fuerzas frente a rebeldías y cataclismos de diversos niveles cósmicos. 

“Los que te queremos, vigilaremos desde el Faro hasta que llegues a tierra”, escribió MB el día que me asomé a la cuarentena adolescente. Y ahí siguen todas ellas. Me divierte mirarlas de reojo, ver cómo señalan la orilla, incansables, aunque mi pasatiempo favorito sea vivir en remolinos y no pisar la tierra firme (casi) nunca. Pero no es que sea yo una kamikaze profesional (que también). Es que probablemente vivir en las cornisas no sea (ni por asomo) tan peligroso como parece cuando sabes que nunca te van a soltar. 

Mis amigas son cirujanas, bailarinas y corresponsales de guerra. Brujas, psicólogas y maestras. Y, a veces, también piratas. Se han aprendido de memoria mi disparatado idioma y traducen cada gesto con la seguridad de quien descifra mapas imposibles. 

Todavía no sé cómo lo hacen, pero siempre acaban encontrándome, aunque me empeñe en perderme. 

Mis amigas son brújula, faro y trinchera. Sostienen sin preguntar. Celebran sin medida. Pelean en batallas que nunca llevaron su nombre. Curan heridas, incluso con las manos temblando (“A lo lejos se podían oír tambores de guerra, ruido de sables y cañonazos; pero tú los interpretaste como los compases de Danza Kuduro. Y ahí que te lanzaste”, escribe Javier Aznar). Siempre tienen tiempo para un aperitivo más y para el (pen) último sortilegio.

H lleva más de veinte años ordenando mis desastres. En vez de dar la espalda a la locura, la agarra con los ojos cerrados y la invita a margaritas. Aunque últimamente practicamos más la barra libre de pizza y tatuajes de dinosaurios en nuestras noches de malas madres (porque mis amigas también son las malas madres más maravillosas que conozco).

L decidió que nunca sería madre… aunque es madre de muchas cosas. Nuestro reino caótico y divertidísimo siempre será una tarde de verano a la que llegaremos derrapando en un descapotable, afónicas de reír aunque las balas no dejen de zumbar y volando a memes toda la distancia que va de nuestra Malasaña a las Montañas Rocosas. 

N es mi amiga más antigua y la MVP de mi vida desde aquel 1991 en el que compartimos autobús de los niños perdidos. Ella, testigo de cada acelerón, acompaña con pocas, pero certeras palabras. Y con la lealtad más descomunal que he visto jamás.


SP volvió a mi vida tras un destierro y un eclipse para recordarme, entre conciertos y conjuros, que quien fue Thelma adolescente, lo es hasta el final.

J es mi farito del desierto, con su mente vertiginosa y sus rizos de pólvora y Xarel.lo. Nuestro walkie enloquecido es mi banda sonora favorita, y no hay vendaval capaz de borrarnos los sueños desquiciados de la boca.  

R siempre será mi alma gemela doceañera: divertida, brillante, gamberra. 

Portarnos fatal en la mesa de pequeños es la única tradición en la que creo.

MB y MM, mis reinas del sur, me enseñan a disparar zombies y a encontrar el norte cada vez que lo vuelo por los aires. Vuestra sabiduría, generosidad y amor incondicional no son de este mundo, tropitas. 

E es mi hogar nómada. Convierte cada cicatriz en aurora boreal con su talento invencible. Team Monster y ventisiempre hasta el fin. Porque nunca seremos como las demás. 

AM tiene alma de Fénix. Mi guerrera de letras, esa que nombra sus silencios en Lo que nunca dije en alto, es valiente y romántica hasta la inconsciencia. Vive con el pulso en llamas, pero sin perder la ternura.  

L, S y D, mis winesisters, mis burb(r)ujas. Las diosas Embrujadas del vino que llegaron a mi vida como un torbellino de magia y albariza. L es mitad sirena. S, mitad Atenea. Y D la mano de la reina que había soñado desde siempre. Con vosotras quiero todo. Todo el rato.

P es mi Persona y siempre será mi Persona. La pequeña Yang que llegó tarde el primer día de clase, pero a mi vida en el momento exacto. El alma más libre que conozco. Vuela sin parar, pero siempre me espera al otro lado de la pared, 

recordándome que de las batallas perdidas también hay que volver con la cabeza muy alta, 

y haciendo fácil lo imposible.

M es mi Alice, mi J, mi S. “You are high school to me”, y ni miedo ni aburrimiento. Su cordura loca, su risa desobediente en medio del tiroteo y su valentía disparatada son capaces de dar la vuelta a cada partida de mi vida. La elegiría una y mil veces para ver arder el mundo de la mano cual Joker y Harley. Gracias por no apagarte jamás; por no darme nunca por perdida. 

También hay amigas del alma que son tus hermanas pequeñas-mayores. A y C fueron ese deseo que pedí con ocho y llegaron como una explosión de amor por duplicado. Aunque dicen que yo muevo su mundo, ellas son quienes sostienen e impulsan el mío con ese derroche de fuerza, sensibilidad, valentía, generosidad y magia. Mis Súper Dos, convertidas en Súper Tres con el otro meteorito del 10. Verlos crecer juntos se ha convertido en la fuerza más poderosa de este loco, hermoso, caótico e impredecible universo mío. 

Y en esta constelación de amazonas también centellean BM, con su alma gótica y su corazón gigante; DT, con esa luz que nunca se agota; NI, amiga de parque y ya de vida, que hace del salvaje maternar un lugar más bello y divertido… 

Y otras mujeres a las que admiro y quiero con todas mis fuerzas y a quienes no nombro para que esta carta no se nos vaya de las manos. 

Desde que soy directora de MiVino, el mundo va demasiado deprisa, y a ratos me marea el vértigo. Pero las miro a ellas, 

tan distintas e imprescindibles, 

y recuerdo dónde está mi norte. Qué importantes sois, amigas mías. 

Y qué fundamental es contar con una red de cuidados cuando la sociedad nos empuja tan fuerte al egoísmo y la soledad. 

Gracias a vosotras, mi caos es el más hermoso del mundo. Y no han inventado torbellino que pueda romper nuestro hilo.

Que sepáis, mis amazonas, que yo también vigilo vuestra costa hasta que llegáis a tierra. Siempre lo hago. Y lo seguiré haciendo en todas mis vidas.


- Un artículo de Laura López Altares - 


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