Aromas que nos escriben: un retrato íntimo de los perfumes que habitan mi mundo

Un ensayo olfativo sobre identidad, memoria y la gente que quiero.

Dicen que al cerebro le basta medio segundo para guardar un perfume en la caja fuerte de los recuerdos. Yo creo que es menos: un latido y listo. Ahí se queda, anclado a una estación de metro, al primer beso o a la risa de tu madre en la cocina. Los olores hablan antes que las palabras, y a veces mejor.

Crystal Noir · Versace

La dependienta lo roció en mi muñeca como quien da fuego a un desconocido, yo la miré con desconfianza. La verdad es que hasta entonces no había conseguido que ningún perfume me gustase lo suficiente como para usarlo. Hasta ese día, claro. Cardamomo y pimienta chispearon al principio y, casi al mismo tiempo, asomó un filo de jengibre que crepitó y se apagó rápido. Después, un coco oscuro, un toque de peonía y una gardenia de medianoche empezaron a hablarme más bajo, como si no quisieran asustarme. 

Cuando, ilusa, creí que se había acabado, llegó lo que de verdad sostiene el hechizo: un poso lento de sándalo satinado y ámbar suave, una madera que huele a mueble antiguo recién encerado con un toque a decisión recién tomada. 

Salí de El Corte Inglés sin intención de comprar nada. Dos pasos sobre la acera mojada de Barcelona fueron suficientes. Di media vuelta. Había encontrado mi primer perfume. 

Desde entonces, Crystal Noir es mi conjuro privado. Lo recibo cada Navidad; quien me quiere ya sabe que, cuando dudo de mí, necesito oler a sándalo tibio para recordarme que sigo al mando—al menos la mitad del tiempo.

Lo que me invoca: una tarde de lluvia con Marguerite Duras en el bolso, el pelo pegado a la bufanda y la sensación de que la vida adulta empieza justo en la página siguiente. 

Libre Intense · YSL

Al primer soplo estalló la lavanda —no la de ambientador del coche, sino una lavanda alta, brillante, casi eléctrica— trenzada con mandarina y un guiño de bergamota. 

Fue un fogonazo de luz fría, como si alguien encendiera todos los focos del escenario.

Unos segundos después llegó el corazón: flor de azahar espesa y luminosa, abrazada a un jazmín sambac que huele a tela recién planchada. Entre ambas, un acorde de orquídea susurró feminidad con garra.

El cierre me arropó: vainilla bourbon de Madagascar, tonka, un ámbar levemente salino y un hilo de vetiver. No pensé en pirámides olfativas, por supuesto; simplemente sentí que era como salir de casa en tacones. 

Toda la mezcla decía: “Puedes temblar por dentro, pero pisa fuerte y nadie lo notará”.

Lo que me invoca: el reflejo de unas gafas de sol en el metro, un correo contestado con tres palabras contundentes, un día que empieza como rutina y acaba siendo una performance.

Black Orchid · Tom Ford

La dependienta lo roció en el aire como si encendiera una cerilla y sonrió con mirada cómplice: «Es intenso». Y lo era. 

Ahí estaba: trufa negra, húmeda y terrosa, abriéndose paso como un sotobosque después de una noche de lluvia intensa. Luego, la orquídea (muy diferente a la que había en Libre de YSL), oscura, exuberante, casi líquida. Venía seguida de chocolate amargo, ylang-ylang y un pachuli que nunca antes había olido; era como terciopelo empapado.

No era sólo un perfume, era casi un guión de teatro: la penumbra espesa de un bar de jazz, un vino tinto servido con seguridad y un espejo en el baño donde te retocas el labial sin pensar en nada más.

Lo descubrí cuando vivía en París, y salía de noche con mis amigas, como quien ensaya una versión más valiente de sí misma. 

Lo uso cuando necesito recuperar ese vértigo elegante.

Lo que invoca: un callejón mojado que huele a vino y humo, tacones resonando contra un suelo parisino, la música grave de un contrabajo marcando el paso. Y esa certeza tan rara de que la noche está de tu lado (aunque no siempre lo esté, claro). 

Devotion · Dolce & Gabbana

Fue un regalo de mi tía, que no sabía —o quizás sí— que yo llevaba semanas mirándolo de reojo. Me fascinaba el frasco, mitad joyero barroco, mitad relicario de romería. 

Al primer segundo: limón confitado, como una cáscara caramelizada que cruje  al romperse. Luego viene la calidez: panacotta tibia, untuosa, y un chorro de ron cremoso que acaricia sin abrumar. En el fondo, la flor de azahar abre sus pétalos dulces y un toque de vainilla ligera lo envuelve todo como una manta que huele a postre (y a día de Reyes). 

Ahora es mi perfume de diario. Lo uso mientras escribo en la cocina con un café recién hecho, mientras riego las plantas o abro las ventanas para dejar pasar la luz. No grita, pero permanece. No es festivo, es íntimo.

Lo que invoca: 

la mantequilla derretida sobre una tostada caliente, un rayo de sol que cae sobre el mantel, el gesto de cuidarte aunque nadie mire. 

Una pequeña devoción diaria, sin iglesia ni incienso, pero con aroma.

Los olores que me abrazan sin tocarme

Mi madre · Tous 

No sé cómo se llama exactamente —para mí siempre ha sido "el de mi madre"—, pero tiene algo de madera blanca, flores limpias y una vainilla tímida que aparece cuando te acercas mucho.

Lo ha usado desde siempre, o al menos desde que tengo memoria. Cuando lo huelo en otra persona (rara vez), se me encoge un poco el pecho: no hay otro perfume que me diga tanto sin hablar. 

Tiene algo de ropa tendida en el patio de atrás, de crêpes con azúcar los domingos, de gafas de sol en la guantera del coche de camino a Asturias. Huele al sonido de las llaves abriendo la puerta, a un abrazo al salir del colegio, a un “¿has comido ya?” que me transporta a mi época del instituto. 

No es un perfume moderno ni pretende serlo. Es cálido, suave, reconocible. Como ella. 

Y cuando no está, lo echo de menos como se echa de menos la luz en la cocina a las siete de la tarde en invierno.

Lo que invoca: la seguridad que da alguien que siempre está, un abrazo que tranquiliza y la amistad entre una madre y su hija. 

Antonio · Le Beau · Jean Paul Gaultier

Antonio es mi mejor amigo, y este es su olor. Literalmente. Bergamota chispeante, coco cremoso, y una frescura dulce que no empalaga: huele a alguien que se ríe incluso cuando no debería.

Le Beau es sensual sin proponérselo, como Antonio cuando remata una historia y se ríe el primero, o cuando te rellena la copa sin preguntarte. Y creo que por eso le queda tan bien. Me hace pensar, aunque no creo que sea sólo efecto del coco, en esa complicidad que no necesita explicaciones. 

Gracias a él descubrí La Belle, su versión femenina.  Más floral, más luminosa. Lo usé un tiempo porque me recordaba a su forma de caminar por la ciudad con esa gracia y seguridad que lo hacen tan él. 

Lo que invoca: 

una sonrisa que te salva el día, esa amistad que no te juzga ni aunque le cuentes lo más tonto del mundo.

Nerea · Born in Rome · Valentino

Nerea huele igual que su forma de cuidarte: sin hacer ruido, pero estando en todo. A veces es con un “¿quieres un café?”, otras con un “el otro día te vi agotada”. Y siempre está. Born in Rome le va como anillo al dedo: es fresco, suave, un poco dulce, pero sin empalagar. Como ella.

Tiene ese punto de grosella y bergamota al principio que te despierta de forma suave, tranquila. Luego llega el jazmín, que es limpio, casi como ropa blanca recién tendida. Y al fondo, la vainilla y el cashmere le dan un calorcito que se nota más cuando estás cerca.

Lo ha llevado en cenas, en paseos por el Born, en tardes de sofá y en visitas a Asturias. No importa el sitio: cuando lo huelo, sé que es ella, por lo menos estos últimos meses. Y me da tranquilidad. 

Me recuerda que hay personas que, sin querer llamar la atención, lo iluminan todo.

Lo que me invoca: un paseo con bolsas del súper, una charla en la cocina, una playa vacía y la sensación de que estás con alguien que te conoce de verdad.

Valérie · Twilly· Hermès

Valerie olía siempre a algo distinto. No a perfume, sino a ella. A casa elegante, pero sin pretensiones. A voz suave pero firme. A inteligencia silenciosa. 

Con los días descubrí que usaba Twilly, de Hermès. Es un perfume juguetón, pero con estructura. Al principio pica un poco, como el jengibre fresco recién cortado, como cuando hace una broma entre seria e irónica y tú no sabes si reírte o defenderte.

Luego se suaviza con la flor de naranjo, que es cálida sin ser dulce. Me recuerda a la forma que tiene Valérie de cuidarte, sin hacer preguntas incómodas: te propone un té, habla más lento porque sabe que cuando estás cansada te cuesta más seguir la conversación en francés o te prepara un gâteau de semoule sólo porque sabe que te encanta cómo le queda a ella. 

Al fondo, el sándalo: persistente, tranquilo. Como su forma de estar ahí, incluso cuando no dice nada.

Pienso en ella abriendo la puerta por la tarde con su “Bonsoir, les filles”, llenando la casa de ese olor tan suyo. Me acuerdo del hospital, cuando intentaba no llorar para no asustarme. De nosotras en el sofá, con tazas de té y una conversación por fin fluida. De los mensajes de ahora, constantes, cómplices.

Twilly es ella sin hablar. 

Un cuidado que se anticipa. 

Un perfume que me acompaña, aunque estemos a cientos de kilómetros.

Mi historia a través de mis perfumes

No sé si los perfumes cuentan quiénes somos o sólo cómo queremos que nos recuerden. Pero estos, los que me rodean, los que se me han pegado sin darme cuenta, son un trocito de mi mundo embotellado. Son los primeros años en Barcelona, una cena improvisada un lunes, la penumbra roja de un club de jazz en París, la luz lenta de una mañana en Oviedo. Y, por supuesto, el cuidado silencioso de quienes me rodean. 

A veces creo que los perfumes son mi forma más honesta de escribir un diario, de recordarme en voz baja: 

“Exististe, sentiste, estuviste aquí”.

No tengo todos los frascos. Algunos ya ni los uso. Pero los reconozco al instante cuando vuelven —porque siempre vuelven, aunque sea en otra calle, en otra persona o en una bufanda vieja guardada—. Y cuando lo hacen, es con todo lo demás.

¿Qué vuelve a ti con ese perfume especial?


- Un artículo de Andrea Hernández - 



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