En Purcuapà Magazine creemos en mirar la moda como se mira un mapa: no para seguirlo al pie de la letra, sino para entender hacia dónde se mueve el viento.
La Paris Fashion Week 2025 dibujó el guión estético de 2026. Lo que vimos en pasarela esos días no es lo que encontrarás mañana en tienda: es lo que verás dentro de unos meses, cuando las colecciones crucen la frontera entre el lujo y la calle, entre el front row y tu armario.
Las grandes casas —de Balenciaga a Chanel, de Saint Laurent a The Row— lanzan ahora sus propuestas para primavera–verano 2026, aunque el eco de estas tendencias se sentirá también en el otoño siguiente.
Y si algo ha quedado claro este año es que la moda se inclina hacia el poder, la sensualidad y la experimentación. Entre transparencias y cuero, entre sastrería ceñida y volúmenes protectores, la paleta se sacude la timidez: el naranja, el rojo y el cobalto reclaman el protagonismo que los neutros ya no sostienen solos.
La moda vuelve a moverse —literalmente— y nos recuerda que vestirse también es un acto de presencia.
La paleta que manda: tonos vibrantes + color block (con el naranja al centro)
El color vuelve a ocupar el centro del escenario. Después de temporadas dominadas por los neutros —el beige que todo lo calmaba, el gris que prometía equilibrio—, París encendió el contraste.
La próxima temporada se escribe en bloques de color, en combinaciones que no buscan armonía, sino presencia: rojo contra azul, naranja con rosa, amarillo frente a verde. Una especie de duelo cromático que, lejos de saturar, inyecta energía a la silueta.
En los desfiles de Balenciaga, Courrèges o Loewe, los tonos primarios se usaron como lenguaje directo: estructuras limpias, tejidos mates y un color que habla por sí solo.
Los total looks vibrantes se imponen, pero también los acentos calculados —un bolso naranja sobre un trench caqui, un guante rojo en un outfit negro, un cinturón azul Klein que interrumpe el silencio—.
Y si hay un tono que sobresale entre todos, es el naranja. Ni pastel ni apagado: naranja bermellón, intenso, casi solar. Lo vimos en vestidos de satén, en cárdigans, en faldas a la rodilla y hasta en mocasines.
En 2026, el naranja deja de ser detalle para convertirse en declaración.
Siluetas clave: poder, proporción y movimiento
Las pasarelas parisinas lo dejaron claro: el cuerpo se marca, pero no se aprieta; se insinúa, pero no se disfraza.
Las blazers ceñidas a la cintura reaparecen como pieza central —herencia directa del New Look reinterpretado—. Saint Laurent, Mugler o Coperni recuperan la silueta reloj de arena, jugando con hombros estructurados y cinturas ajustadas que dibujan autoridad sin perder sensualidad.
En el extremo opuesto, la trench oversize y el abrigo amplio funcionan como contrapunto. En The Row y Balenciaga los volúmenes abrazan, casi escultóricos, y reafirman que la moda actual ya no elige entre fuerza y comodidad: conviven.
La falda recupera terreno: a la rodilla, ni midi ni mini, en versión lápiz o con vuelo sutil. Chanel y Prada la convierten en nuevo uniforme; Loewe la eleva con texturas rígidas que responden a cada paso.
Entre los pantalones, los culotte y capri marcan la pauta. Su largo entre tobillo y rodilla deja ver el zapato —bota alta, mocasín o tacón fino— y devuelve protagonismo al movimiento. A su lado, el pantalón slim y el harem se disputan el espacio:
extremos que conviven en una misma década que ya no teme a la contradicción.
En conjunto, la silueta que viene es arquitectónica pero viva: sostiene, envuelve y se mueve. Una moda que vuelve a hablar de cuerpo, pero también de actitud.
Materiales y texturas: la piel de la tendencia
En 2026, la textura cuenta la historia antes que el color. El ojo ya no busca sólo la forma: busca cómo suena una tela al moverse, cómo refleja la luz, cómo se siente al tacto.
Y en París, esa conversación entre materiales fue el hilo invisible que unió las colecciones.
El cuero dominó más del 80% de los desfiles vistos esta temporada. En Givenchy y Alexander McQueen se presentó en total looks, casi como armadura. En Hermès, su versión más artesanal lo acercó al lujo cotidiano; mientras que en Mugler, las piezas moldeadas al cuerpo reivindicaron su carga sensual.
El mensaje es claro:
el cuero deja de ser prenda nocturna para convertirse en piel diurna, segunda capa de identidad.
Las transparencias y el encaje siguieron el mismo camino. No se usan para mostrar, sino para sugerir. En Chanel y Mugler, los tejidos se volvieron casi aire, trazando la silueta con un romanticismo táctil.
El nuevo desnudo no es explícito: es arquitectónico.
El satén apareció como contrapunto: su brillo suave equilibra la rudeza del cuero y aporta un reflejo cálido, casi líquido. Balenciaga lo usó en faldas amplias; The Row, en camisas que parecían luz; y Dries Van Noten, en vestidos que se movían como agua.
Es el material del gesto tranquilo, del lujo silencioso.
Y entre tanta suavidad, una irrupción inesperada: el pelo de potro y de becerro. Apareció en accesorios —guantes, bolsos, incluso zapatos— en colecciones como Courrèges o Miu Miu, reafirmando esa vuelta al tacto.
Todo se toca, todo tiene textura: la vista ya no basta.
París nos recuerda que la moda no solo se mira. Se escucha, se roza, se habita.
Accesorios con voz propia
París demostró que, en 2026, los accesorios ya no acompañan: declaran. No rematan el look, lo reescriben.
Los sombreros regresan con intención escénica. Olvidamos el gorro deportivo y abrazamos siluetas clásicas: pillbox, ecuestres, de fieltro estructurado. En Dior y Maison Margiela, coronan los conjuntos con precisión casi teatral; en Chanel, se suavizan hasta parecer parte del peinado.
Una vieja cortesía convertida en gesto contemporáneo.
Las gafas crecen hasta cubrir el rostro. Los modelos aviador y shield se imponen frente a los marcos estrechos. Saint Laurent y Courrèges las convirtieron en armadura brillante: espejo, reflejo, frontera.
El cinturón deja de ser accesorio y se transforma en arquitectura. Doble, triple, tipo arnés o colocado más arriba del pecho, marcando la forma. Se vio en Mugler, Balenciaga y Alaïa, ceñido sobre blazers o abrigos voluminosos, como si dibujara el contorno de la fuerza.
La joyería abandona el minimalismo: oro XL, collares estructurados y pendientes que rozan el hombro. En Yves Saint Laurent, los metales se convierten en luz sólida; en Bottega Veneta, el brillo se funde con el tejido.
No adornan: sostienen el carácter.
Los bolsos se dividen entre dos extremos: el clutch de mano —rígido, preciso, casi joya— y el slouchy bag blando, que se deja caer con naturalidad sobre el brazo.
Ambos coexisten porque la elegancia, en 2026, admite contradicción.
Y en los pies, los mocasines siguen liderando, del chunky al más afilado. Prada y Miu Miu los mantienen como zapato de transición, mientras las botas altas —slouchy, teatrales, de cuero flexible— recuperan su papel protagonista.
El paso vuelve a tener peso y ritmo.
En conjunto, los accesorios de la próxima temporada no decoran: dicen quién eres antes de hablar.
Cómo bajarlo a tierra (sin disfrazarse de pasarela)
Las pasarelas son inspiración, no instrucción. París propone el lenguaje; nosotras decidimos el acento. Y 2026 invita justo a eso: traducir la tendencia en gesto propio, sin parecer un escaparate.
Cinco fórmulas sencillas que lo demuestran:
- Total orange. El monocromo más optimista. Pantalón fluido, jersey de punto y un bolso en el mismo tono. No busca llamar la atención, sino encender el ánimo.
- Blazer mini + falda a la rodilla. Añade un cinturón doble o estructurado para dibujar la cintura. Silueta marcada, actitud firme.
- Trench oversize + culotte. Las proporciones se equilibran con una bota alta visible. La idea: dejar ver lo que normalmente se esconde.
- Camisa sheer + falda lápiz. Transparencia contenida, poder silencioso. Completa con gafas grandes o un bolso rígido.
- Satén neutro + acento naranja. Un pequeño golpe de color —guante, bolso o zapato— cambia por completo la energía del look.
Llevar la pasarela al día a día no es imitarla, es leerla.
Encontrar la versión que encaja con tu ritmo, con tu luz, con tu cuerpo.
Porque al final, la verdadera tendencia es esa: vestir sin disfrazarse, pero con intención.
Calendario realista: cuándo lo verás (y dónde)
La moda nunca ocurre al mismo tiempo en todas partes. Lo que se presenta en París pertenece, en realidad, a un calendario adelantado: un lenguaje que anticipa lo que el resto del mundo vestirá dentro de unos meses.
Las colecciones que desfilaron en la Paris Fashion Week 2025 son las de primavera–verano 2026. De aquí saldrán las piezas que las firmas de lujo lanzarán entre enero y abril de 2026, y cuyos ecos llegarán después al retail contemporáneo y, más tarde, al fast fashion.
Por eso, lo que hoy vemos en escaparates —los tonos neutros, el satén suave, el leopardo o el marrón profundo— nació en las pasarelas de hace un año. El presente de la tienda siempre es el pasado de la pasarela.
Y justo ahí está la belleza del ciclo: cuando aprendes a leerlo, dejas de comprar por impulso y empiezas a vestir con conciencia.
París no solo mostró ropa: dibujó un estado de ánimo. En un mundo que a veces se viste de prisa, las pasarelas recordaron que la moda sigue siendo un lenguaje. Uno que este año se pronuncia en color, en presencia, en energía.
El 2026 que asoma desde la Paris Fashion Week no promete calma, sino movimiento.
Habla de mujeres que ocupan espacio, que juegan con las capas, que mezclan lo sensual con lo funcional sin pedir permiso.
Habla de tejidos que suenan, de colores que respiran, de prendas que acompañan sin imponerse.
Y si tuviéramos que quedarnos con una sola imagen, sería la del naranja encendiendo el aire gris de la ciudad: el gesto mínimo que cambia el tono de todo lo demás.





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