Shakira, o por qué Piqué se quedó sin Caperucita


Han pasado 72 horas de las palabras de Shakira a ritmo de Bizarrap. 72 horas hace que arden las redes y los medios tradicionales. 72 horas que el patrón de la mujer discreta o aún, la artista discreta que no habla de su vida privada, se ha dinamitado. Shakira no canta "Quédate" sino "Lárgate". La canción parece el salto cuántico desde "Cómo me ha podido hacer eso" a "Cómo me he podido juntar con alguien como él".

Atraído por la belleza de una inalcanzable estrella internacional, Piqué ha cerrado el círculo para volver a los 23 años donde todo empezó. Y como el destino es caprichoso, Shakira también ha vuelto donde lo dejó, del Waka Waka, a otro hit global que ha sonado 50 millones de veces en 24 horas en las casas de todo el mundo. Diez años que se han esfumado de golpe, para que cada uno siga con lo que el Universo tenía para ellos.

Pero lo que nos hace escribir este artículo es saber que se ha producido una evolución: del miedo histórico a las cámaras, a los periodistas carroñeros tras una ruptura y al qué dirán, Shakira se ha decidido a cantar verdades como puños, las que pueblan su mente, sin disimular nada, sin convertirlo en metáfora y sin omitir mencionar a la otra gran protagonista de la historia, el colmo de los tabúes. 

De nuevo, la polémica se centra en lo que ella debería o no debería haber hecho, un debate moral en el que no entramos cuando el hombre es infiel. Eso son "cosas que pasan". Y, de hecho, lo bello aquí es precisamente que Shakira haya hecho algo que normalmente no pasa. 

Le ha dicho 'lo nuestro se ha acabado porque soy mejor que tú y mejor que ella'. 

Y esto, pasa. A los hombres les han enseñado que las mujeres son débiles, sobre todo si se enamoran. Que ellos son los fuertes, que ellos son mejores. Que sin quererlo, las mujeres pasan a ser Caperucitas y ellos lobos feroces, capaces de dañarlas con un sólo bocado. Pero a Piqué Shakira le salió loba. Y de igual a igual, cara a cara, al grito de quien las hace las paga, abrieron lucha en el bosque y Shakira no le dejó que se comiera a la abuelita. Le cercó cada paso y aulló a ritmo de la luna y Bizarrap. Y la sociedad tuvo que cambiar de retórica. Lo han llamado despecho, rencor, venganza y cuando no había más argumentos, mala madre.

Pero no es así. Las lobas protegen a sus hijos con uñas y dientes, y esos niños han entendido lo que significa la traición demasiado pronto, pero están viendo a su madre convertirlo en arte, seguir trabajando y traer alegría a casa, la alegría del trabajo bien hecho que se ve recompensado.

Y la sociedad, cuyo patriarcado siempre se ha comido a la abuelita, que no es otra cosa que la mujer todavía aún más débil, por mayor y por enferma, ha tenido que ver ante sus ojos como una loba joven, con mucha garra y mucha vida por delante, le plantaba cara al lobo, con el mundo entero de por medio. Y el lobo no tuvo otra que darse la vuelta.

Y no pudo llegar a la abuelita. Ni pudo comerse a Caperucita.  



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