Entre el espejo y el scroll: cómo reencontrar tu estilo personal

Entre lo que somos, lo que fuimos y lo que aún no sabemos si seremos: ahí también se construye el estilo.

Hay días en los que abrir el armario es como enfrentarse a una página en blanco.
Te paras delante de la ropa con el café en la mano, el pelo medio seco, el móvil aún vibrando con los restos de TikTok y Pinterest de la noche anterior. Y piensas: 

¿Y ahora qué me pongo para ser yo?


El otro día me puse una americana que llevaba años sin usar. Me la abotoné sin pensarlo mucho, me miré en el espejo y algo hizo clic. No era una prenda nueva. Ni especialmente especial. Pero esa mañana me hizo sentir más clara. Como si, de pronto, encajara en el día.

Porque claro, “ser una misma” parece fácil hasta que te das cuenta de que hay al menos diez versiones posibles de ti: 

la que viste de negro sin pensarlo mucho,
la que se pone una falda midi, un top rojo y se siente Penélope Cruz en Volver,
la que se calza unos kitten heels, se enfunda en unos vaqueros rectos, una blusa bonita, y por un momento vuelve a ser esa chica que caminaba por las calles de París sintiéndose capaz de todo.

En un mundo que nos bombardea con estímulos visuales todo el tiempo —reels de outfits, armarios cápsula, “esto sí / esto no”, “reglas del buen gusto” que cambian cada dos meses—, encontrar un estilo que realmente se sienta tuyo puede parecer una especie de milagro moderno.

Pero, ¿y si no se trata de encontrar una fórmula fija? ¿Y si tener estilo no va de ser coherente, sino de escucharte con honestidad? De leerte por dentro antes de vestirte por fuera. De usar la ropa como una forma de contarte (o de inventarte) según el día.

Este texto no es un manual ni una guía definitiva —ya hay bastantes—. Es más bien una confesión a media voz sobre 

lo que pasa cuando te atreves a vestirte como si fueras la protagonista, incluso cuando no sabes muy bien de qué va la historia.


Cuando todo el mundo te grita cómo vestirte
o la paradoja de tenerlo todo a un scroll y aún así no saber qué ponerte.

Hay algo paradójico en tener acceso a tanta inspiración y sentir, al mismo tiempo, que nada termina de encajar.

Las redes sociales están llenas de esas imágenes: chicas que no conoces pero que, por alguna razón, parecen tenerlo todo claro: su peinado, su bolso, su fondo neutro, incluso el gesto con el que se abrochan la americana. Todo parece pensado y, a la vez, natural.

Y tú estás ahí, en pijama, con el pelo aún húmedo y la presión de tener que parecer “alguien” antes de las 9:30.

A veces siento que el estilo se convierte en otra forma de agotamiento. Como si cada día tuvieras que producir una versión fotogénica de ti misma, aunque por dentro sólo tengas ganas de ir cómoda y desaparecer un rato. Como si la ropa hablara más de lo que quieres parecer que de lo que realmente sientes.

Y ahí está el algoritmo, ofreciéndote sin parar lo que cree que deseas: 10 tendencias de este verano 2025, looks effortless, estética clean girl, faldas midi con botas cowboy, coquette pero sin parecerlo, hauls de Shein que no vas a comprar pero igual ves enteros.
Como si la única manera de gustarse fuera encajar en una estética previamente aprobada.

Pero el estilo personal no debería sentirse como una batalla con el algoritmo ni una negociación silenciosa para encajar en el scroll. 

Porque, ¿qué pasa cuando lo que ves no se parece en nada a lo que te apetece ser hoy?

Quizás la respuesta no esté en elegir entre seguir la tendencia o ignorarla, sino en apagar un momento el ruido. Cerrar Pinterest. Apoyar el móvil. Volver al cuerpo. Preguntarte, sin prisa: ¿Qué me haría sentir bien ahora mismo?

Porque, aunque parezca lo contrario, no se trata de vestirse “bien”. Se trata de vestirse honesto.

El estilo no es un manifiesto (o sí): la ropa como lenguaje

Quizá por eso cuesta tanto vestirse cuando hay demasiado ruido. Porque entre lo que se espera, lo que se muestra y lo que se desea, a veces se nos olvida escucharnos. Y sin embargo, en medio de todo eso, sigue existiendo ese gesto íntimo de elegir qué ponerte.

A veces parece que nuestro estilo debería decir algo rotundo. Como si cada outfit tuviera que ser una declaración de principios: esto soy, esto pienso, esto represento. Pero, ¿y si vestirse no fuera siempre tan trascendental? ¿Y si, más que hablar de lo que somos, la ropa nos sirviera para explorar lo que sentimos —o incluso lo que nos gustaría sentir— ese día?

Hay días en los que te vistes como quien necesita consuelo: prendas suaves, tejidos que abrazan, colores que no gritan.
Otros en los que eliges el vestido que nunca pasa desapercibido, porque no quieres pasar desapercibida.
Y hay días en los que te disfrazas un poco. Te construyes. Te inventas.

El estilo personal no es una línea recta, es más bien un collage cambiante, una especie de diario sin palabras.Una forma de decir “hoy necesito estructura” cuando te pones una blazer.
“Hoy me siento ligera” cuando eliges lino.
“Hoy quiero que me vean” cuando te plantas algo rojo, sin explicación.

A veces, vestirse es una manera silenciosa de pedir espacio o incluso de recordarte quién eres, o quién fuiste una vez. Es como un perfume que te ancla, un abrigo heredado, una camisa que llevaste en un viaje donde fuiste feliz.

La ropa, cuando se elige desde dentro, tiene esa capacidad: la de sostenerte sin que nadie lo note. Y en eso, quizá sí hay algo de manifiesto.

No hacia fuera. Hacia ti.

Vestirse como quien escribe un personaje

Pero, a decir verdad, no siempre nos vestimos como somos. Yo por lo menos no siempre lo hago. A veces lo hacemos como querríamos ser. Y otras, simplemente como alguien que aún no existe, pero que nos gustaría habitar por un rato.

Hay algo profundamente liberador en eso. Ponerte unos zapatos que hacen ruido al caminar y sentir que, aunque por dentro tengas dudas, por fuera pareces tener todas las respuestas. O colgarte unos pendientes grandes, pintarte los labios de rojo y convertir el gesto más cotidiano —bajar a por pan, sacar a la gata, escribir un email— en una pequeña performance privada.
Vestirte no para encajar, sino para interpretar.

Porque también se vale disfrazarse de otra. No como huida, sino como exploración.

La moda, cuando se despoja del deber y se convierte en juego, es puro lenguaje visual.
Un escenario móvil donde el vestuario cambia según el capítulo del día:
unos jeans y una camisa blanca para escribir desde casa con música de fondo,
un conjunto de rayas y alpargatas para canalizar tu mood francés,
un vestido con espalda descubierta para cenar sola y sentir que la noche también es tuya.

A veces, lo que te pones no habla de ti, sino de lo que necesitas canalizar: seguridad, ligereza, rebeldía, ternura. 

Y entonces el estilo deja de ser una cuestión de coherencia para convertirse en un acto de imaginación.

Porque no se trata de fingir, sino de explorar posibilidades.
Y a veces, la que se prueba un abrigo que no es suyo, descubre que también le queda bien.

Algunas preguntas bonitas (y útiles) para vestirte como te apetece

Y si vestirse puede ser un juego, una performance o incluso un gesto de cuidado…
entonces quizás no haga falta encontrar “tu estilo” como si fuera una meta definitiva.
Quizás lo importante sea poder elegir, cada mañana, qué versión de ti quieres habitar.

Y para eso, a veces no necesitas una revista de moda. Sólo un poco de silencio y unas cuantas preguntas suaves. No para decidir qué prenda es la más adecuada, sino para afinar el cuerpo, el ánimo y el deseo del día.

Aquí van algunas preguntas que puedes hacerte antes de abrir el armario:

  • ¿Cómo me quiero sentir hoy?
  • ¿Necesito contención o ligereza?
  • ¿Me apetece que me miren o que me dejen en paz?
  • ¿Hay alguna parte de mí que quiera cuidar o mostrar?
  • ¿Qué color me calma? ¿Qué textura me hace bien?
  • ¿Qué prenda me recuerda a una versión de mí que me gusta?
  • ¿Hay algo que me haría ilusión ponerme, aunque no haya motivo?
  • ¿Y si hoy fuera un personaje, cómo se vestiría?

No son preguntas de estilo. Son preguntas de estado. De cuerpo, de intuición, de momento.

Porque el estilo personal no siempre se encuentra. A veces, simplemente, se elige.


Vestirse como forma de estar en el mundo (aunque sea en pijama)

No se trata de vestirse para demostrar nada, sino para recordarte algo: que mereces estar bien contigo, incluso si nadie lo ve.
Que puedes usar la moda como refugio, como lenguaje, como escenario. Y que todo eso —juego, intuición, cuidado— también cuenta como estilo.

Porque al final, vestirse no es tan grave. Es sólo una forma más —bonita, cambiante y a veces luminosa— de estar en el mundo.

Y tú, si tienes uno de esos “outfits talismán”, me encantaría saber cuál es. Porque al final, también nos vestimos de eso: de pequeñas historias. 


- Un artículo de Andrea Hernández - 


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