Atrapados en pantallas que nos llenan de dopamina al mismo tiempo que nos recuerdan que deberíamos estar haciendo otra cosa; sueños que nos susurran día y noche y que callamos a golpe de scroll; días que se hacen demasiado largos por la desidia y demasiado cortos cuando por fin, tenemos algo de energía pero hemos de dársela al trabajo. Os invitamos a dejar el móvil en el descansillo, y navegar la ilusión de lo hecho con las manos, como método para conectarnos con el corazón.
Cuadernos de inspiración
Esa es la temática de este artículo.
Desde pequeñas, guardábamos recuerdos; tickets, invitaciones de cumple, notitas de amigas y compañeros de clase, envoltorio de caramelos, entradas al cine y al teatro, la cajita en la que vino nuestro primer pintalabios. Teníamos la "cajita de los recuerdos", que decorábamos a su vez con los recuerdos más importantes por fuera. Sin darnos cuenta, estábamos manifestando.
Porque manifestar en visualizar lo que quieres como si ya lo hubieras conseguido; y eso hacíamos: guardámos las notitas de aquellas palabras que nos habían hecho sentir primero, felices o especiales después; las películas y las piezas de teatro que nos movieron, o a las que fuimos con personas que nos movían; los tickets de los billetes de la RENFE pensando que algún día, serían aviones.
Visionboards
De adultos y adultas, nos recomiendan que hagamos visionboards, digitales o en papel. Desde que me mudé a Bélgica, donde los días grises son mucho más oscuros que alegres son los días soleados, no pude no volver a la infancia y empezar a guardar todo lo que me había hecho feliz, aunque fuera un instante.
En el trayecto de Bruselas a Brujas, me compraba y leía revistas, viajando a parajes que me alejaban de lo que se veía por la ventana, y me transportaban a los lugares a los que siempre pensé que iría. No podía tirar esas revistas, porque guardaban los sueños aún por cumplir.
Con la primera mudanza, vinieron los recortes. Si no puedo llevar todas estas revistas a la casa nueva, déjame y corto lo que me hizo feliz dentro de ellas. Se acumulaban los recortes sobre el suelo y al verlos, sentía que flotaba. Veía todos esos recortes haciéndose realidad como si estuvieran a punto de cobrar vida; como si estuvieran en otra dimensión, esperándome.
Y me dí cuenta de lo que eran; eran un visionboard gigante, gritándome que siguiera adelante porque iba a conseguir todo lo que quería.
Mis cuadernos
El siguiente salto fue pegar los recortes en cuadernos. Fueron días intensos de clasificación. Me dí cuenta que se podían dividir en dos cosas: estilo de vida, viajes, forma de vestir y casas; y elementos artísticos o de la historia de otras personas que quería guardar para algún día, producir algo igual.
Esa era mi vida, de un lado, mi visioboard personal; de otro, el visionboard de las películas que quería rodar. Como actriz, guionista o directora, esos recortes me recuerdan que tengo una necesidad de contar cosas, y una visión sobre cómo hacerlo, que ya han hecho otros, y por lo tanto, pruebas atesoradas de lo posible.
Dos cuadernos se suman a esos dos. Uno el del trabajo, en el que empecé a crear collages en días sueltos en los que necesitaba reenfocarme; salir de las tareas y pensar más grande. Otro, los pequeñitos de viaje, que llevo conmigo desde el avión, y en los que anoto lo que hago cada día de los que estoy fuera.
Porque cuando vuelves, todo parece un compendio llamado viaje, y no consigues acordarte de lo que diferenció tus días.
Yo lo tengo anotadito, día por día, ticket a ticket; y cuando abro el cuaderno, el viaje se expande tanto como cuando lo hice; no le dejo ser un recuerdo borroso; repaso con cuidado las horas, los días, si fue café o si fue matcha; si entramos al museo antes o depués de comer.
Nadie debería vivir fuera de sus cuadernos.
Son ellos lo que de veras reprensentan tu vida y por ellos son por los que has construido tu día a día; con la idea de cumplir y repetir todo lo que contienen.
Abudancia
Recuerdo que me daba miedo que mi padre o mi madre me tiraran la caja de los recuerdos. Desde fuera, podría parecer una fuente de acumulación. Por eso les dije lo que era, y que no la tiraran. De adulta, tener tantos cuadernos me ha hecho dudar de mí misma; pero es una creencia limitante que viene de ese miedo a que tiraran mi fuente de alegría.
En esta casa, guardo los cuadernos con mimo y cuidado, porque sé lo que representan. En domingos como el de hoy, los abro, los miro, los disfruto, y añando nuevas piezas.
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