En Purcuapà Magazine creemos en los calendarios secretos: no aparecen en rojo en el almanaque, pero los reciben las diosas del tiempo cada vez que deciden cambiar la estación. Bienvenidas a septiembre.
Ya no estrenamos mochila ni cuadernos forrados, quizá ni siquiera tomamos vacaciones en agosto. Y aún así, algo en este mes nos susurra que toca volver a empezar. Algo se recoloca por dentro, como si unas manos antiguas empujaran la puerta del año y nos invitaran a pasar.
Y aunque el equinoccio aún no haya llegado de forma oficial —ese instante en que la luz y la sombra se dan la mano y que solemos mirar para saber cuándo empieza el otoño—, septiembre ya nos ha colocado en un umbral distinto: todavía verano, ya otra estación.
Una casa que muda la piel
La casa es la primera en enterarse. Sin grandes discursos: cambian los textiles, aparece una manta en el brazo del sofá, vuelve una lámpara cálida a la mesita del rincón.
Sobre la encimera, una vela de vainilla que al principio no encendemos, sólo dejamos allí, como una promesa de tarde lenta.
En el perchero cuelga por fin la gabardina que el verano nos hizo olvidar. El agua de jarrón huele a crisantemos.
Hestia, la diosa del hogar, encontraría aquí su altar discreto: no hay ceremonias, sólo pequeños ritos que nos reconcilian con la rutina.
La cocina como estación
El paladar también se desplaza.
Donde en agosto pedíamos hielo, septiembre prefiere taza.
Los meses de verano sabían a limón helado; los de otoño, en cambio, huelen a horno encendido.
Vuelve, como una superstición pop, el Pumpkin Spice Latte: canela, clavo, un toque de jengibre que sabe a bufanda fina y paseo corto. En casa horneamos lo sencillo: manzana con mantequilla y azúcar moreno, galletas que dejan un rastro de vainilla en el pasillo, calabaza asada con romero.
La cocina se vuelve lugar y rito, fogón encendido como faro pequeño al final del día.
Perfumes que abrazan, no que gritan
Cambiamos también de piel olfativa. Lo cítrico se guarda en un estante alto y en su lugar elegimos notas que envuelven: vainilla, ámbar, un cuero suave que no intimida. No buscamos dejar estela en la calle, sino acurrucarnos. Hay días en que un rociado ligero basta para hacer las paces con el espejo; otros, preferimos la desnudez, como si también la piel necesitara un respiro.
Septiembre entiende ambas cosas: que lo bello puede ser susurro y que el cuerpo agradece perfumes que no exigen explicación. Ese equilibrio está en un Versace Crystal Noir que se siente nocturno incluso a plena tarde, en la dulzura especiada de Dolce & Gabbana Devotion, en la sensualidad jugosa de La Belle, o en la elegancia firme de Libre de YSL. Y cuando el día pide dramatismo, nada envuelve como Black Orchid de Tom Ford, un otoño entero en la piel.
Prendas para cruzar la estación
El armario ensaya transiciones.
No hay que decir adiós del todo al lino, pero convive con denim, con una camisa de popelín que cae bien bajo un cárdigan fino. El pañuelo vuelve a la nuca, la bota asoma tímida en la puerta, y esa falda que parecía exclusivamente veraniega se alía con un jersey ligero.
Septiembre también es el mes en que cambio las sandalias kitten heels por botas con la punta igual de afilada. Sigo obsesionada con las blazers, sobre todo las heredadas de mis abuelos, que parecen hechas para este clima indeciso. Y guardo con ganas la primera salida de la chaqueta de cuero que compré en una tienda vintage en París: cada otoño me recuerda que la ropa también tiene memoria.
Los propósitos en voz baja
Septiembre se presenta como un tiempo secreto, casi sagrado.
No necesita ruido: le basta un cuaderno nuevo, un propósito breve, para recordarnos que cada estación guarda su propio comienzo.
Abrimos la agenda que en junio parecía mera decoración. No hace falta prometer metas imposibles: una lista corta basta. Volver a pilates. Dedicar media hora diaria a ese libro pendiente. Cocinar con calma al menos una vez por semana. Limpiar el escritorio hasta que sólo quede lo que uso de verdad.
La palabra propósito aquí no pesa; acompasa.
Son votos mínimos, pero por eso mismo perduran. Como las semillas de granada que Perséfone probó en el inframundo y que la unieron para siempre al ciclo de las estaciones, estos pequeños gestos también nos atan al calendario.
Son semillas guardadas en el bolsillo para sostenernos en los meses que vienen.
Una oficina menos hostil (o casi)
Los correos regresan como si nunca se hubieran ido, pero el escenario cambia. En mi despacho en casa he sacado del cajón las velas que huelen a sándalo y a vainilla, las que convierten el escritorio en un lugar menos áspero. He cambiado también la cama fresca de mi gata por otra más cálida, y pronto llegará el turno de las flores: los tulipanes se irán para dejar paso a crisantemos, brezos o dalias, que son los que mejor saben estar en septiembre.
Sobre la mesa hay una agenda nueva que quizá no necesitaba, pero que compro cada año con la misma ilusión, como quien estrena cuaderno en la vuelta al cole. No “vuelvo al trabajo” porque nunca lo he dejado del todo, y aun así, algo en este mes se siente como un comienzo.
Y siempre hay una taza. Una que nunca está vacía, porque ya me encargo yo de llenarla. En otoño no sé trabajar sin una bebida caliente: café, a veces con un toque de caramelo salado, té negro, alguna infusión especiada.
A menudo, sin darme cuenta, acumulo dos o tres sobre el escritorio, como si fueran marcadores del tiempo que pasa.
Si la jornada en verano terminaba con vino blanco o rosado en una terraza, el otoño inaugura otra rutina: un vaso de tinto después del trabajo, con el tocadiscos encendido, la gata dormida bajo una manta y un libro abierto que avanza despacio.
Escribir la primera frase del día entonces se siente menos hostil, casi amable. Y si el verano fue dispersión, septiembre es enfoque suave: la concentración regresa, pero sin crueldad.
Una puerta que se abre hacia dentro
Si enero es un grito de salida, septiembre es un gesto de puerta que se abre hacia dentro. No empuja: invita.
Entra el aire, movemos una silla, dejamos espacio para lo que aún no tiene nombre.
Quizá volvamos a pilates. Quizá no. Quizá sólo recoloquemos las tazas en el armario y descubramos que en ese orden caben mejor las mañanas.
Las diosas se retiran en silencio; Hestia apaga el fuego del verano, Pomona bendice las macetas con frutos nuevos y las Horas guardan la llave de la estación que se abre. A su paso queda una casa que respira distinto, un calendario con esquinas dobladas y la certeza de que otro tiempo comienza, como recuerda cada año el equinoccio de otoño.
¿Y tú? ¿Qué semilla vas a guardar en el bolsillo para cuando el otoño abra del todo la puerta?
- Un artículo de Andrea Hernández -
0 Comentarios